Volvemos a la montaña, para hablar sobre los descensos en hierba. Es un tema delicado. Los aficionados a la montaña se imaginan estrepitosas pedreras repletas de rocas enormes y problemáticas ascensiones llenas de nieve, o incluso lluvias terribles sobre grupos indefensos de montañeros.
Por el contrario, el montañero se maldice cuando se encuentra ante un tranquilo y sosegado terreno carente de otro tipo de vegetación mayor, tanto, que por no haber ni tan siquiera tiene algún arbusto de dónde cogerse.
Entonces el pánico aparece aún más descarnado cuando se descubre que la bajada estará acompañada por humedad en la propia hierba, lo que hace de la bajada una animalada llena de traspieses y caÃdas constantes.
Algunos en estas situaciones optan por el tan clásico culo-a-tierra-y-pa-bajo, pero no siempre es posible, ya que pueden haber algo de rocas o simplemente estar muy enfangado. Estas bajadas pueden ser peligrosas, y debemos vigilarlas y no bajar la guardia.
El ascenso será cómodo, más o menos, ya que siempre podemos utilizar el propio terreno como peldaño. En la bajada es cuando las cosas se ponen interesantes.
Hay que intentar apoyar bien toda la suela, para conseguir más superficie, e ir siempre manteniendo la mayor parte del peso en un solo pie. Podemos ayudarnos de palos para amortiguar el peso, pero ante todo, se trata de limitar la posibilidad de caÃda, ya que podemos acabar bajando con un método mucho más rápido pero doloroso para nuestros huesos.
También puedes ir cogiéndote de la propia hierba, aunque sin demasiada fuerza, ya que como salga despedida tu irás con ella hacÃa abajo.
Otro factor importante es que en caso de resbalón, te gires para apoyarte rápidamente sobre el vientre y hacer fuerza para aumentar la superficie de fricción.
Por supuesto, no hace falta que os comente que en caso de encontrarnos con clapas de nieve u otros elementos similares, intentemos no cruzarnos con ellos.
Como veis, hay cosas peores que una buena tormenta