Por allá el año 3000 antes de cristo, cuando la gente del norte no sabía que estaba en el norte ni la del sur que estaba en el sur, en el Asia central (aunque tampoco ellos sabían que eran de esa zona), se empezaron a utilizar raquetas para poder caminar sobre la nieve con más facilidad.
Ese origen, bien remoto, demuestra una vez más la relación directa entre la montaña y el hombre. Pero volviendo a nuestro mundo cotidiano, las raquetas de nieve son un elemento a tener en cuenta en nuestras ascensiones hibernales, más si debemos recorrer grandes distancias con nieve.
Realmente las raquetas de nieve no son un elemento imprescindible, ya que para avanzar por un gran recorrido solo hace falta unas buenas botas y paciencia, pero llegados a un punto, se vuelven evidentemente necesarias para superar la nieve y el hielo.
Las raquetas, esos utensilios que se acoplan a las botas, nos permiten ganar superficie en nuestro pie, haciendo que justamente no nos hundamos en la nieve o hielo, y anulemos lo que se llama la “flotación” que no deja de ser el hundimiento de la bota en la nieve.
Donde realmente las raquetas de nieve marcan la diferencia es en alta montaña, y no hay nada más recomendable que alguna travesía con ellas, ya que en plano o semi plano, es una verdadera delicia andar con ellas, esa seguridad que notamos en los pies nos permiten disfrutar muchísimo más del paisaje.
Muchos montañeros prefiero añadir a las raquetas de nieve los palos, aunque es un tema altamente debatido, sí que es cierto que los palos ayudan a la estabilidad y maniobra, y en bajada nos reparten el peso, haciendo de las raquetas de nieve un arma indiscutible para un descenso seguro.
No hay nada peor, que andar por montaña hundiéndote en la nieve, a parte del desgaste físico, corres el riesgo de poder caer y lesionarte en agujeros que no se ven a simple vista. Las raquetas, nos proporcionan pues seguridad y rapidez.
¿A que dan ganas de probar una de estas?