La obesidad se caracteriza por un exceso de tejido adiposo, mayor al 20% del peso ideal esperado para la edad, la talla y el sexo. Es un problema de malnutrición por exceso.
En el 50% de los casos aparece antes de los dos años, y, en el porcentaje restante, en los períodos de mayor crecimiento, particularmente, en la pubertad y adolescencia.
Constituye un problema de salud pública, que afecta, mayoritariamente, a la clase media y que tiene mayor incidencia en los países desarrollados.
Es el resultado de una compleja interacción entre los factores genéticos, psicológicos, ambientales, hormonales, y socioeconómicos. Factores como el estado de salud, el ambiente en que se desarrolla el niño, la conducta, el estilo de vida y el sedentarismo, son fundamentales en la génesis de la obesidad.
En este sentido, el Prof. Dr. Luis Moreno, Profesor Titular de la Escuela Universitaria de Ciencias de la Salud de la Universidad de Zaragoza, ha señalado que “el aumento de las cifras de obesidad infantil en nuestro país es paralelo al de los patrones de vida sedentaria de niños y jóvenes, en detrimento de un estilo de vida activo” y ha destacado que “esta situación es producto de profundos cambios sociales y de conducta que afectan negativamente a la actividad de los niños, como el aumento del ocio pasivo (consolas, Internet, tv, etc), la inseguridad en la calle, la disponibilidad de espacios adecuados para el deporte y actividad física, etc”.
Para evitar el desarrollo de ésta enfermedad, es indispensable la implementación de programas de detección e intervención temprana en edades escolares, motivar la actividad física, vigilar frecuentemente el peso y promover la educación nutricional y hábitos sanos de vida.
No existen alimentos buenos y malos, sino dietas más o menos adecuadas. El causante de la obesidad exógena es el consumo de una dieta de valor calórico superior a las necesidades del niño, por lo que lo importante es mantener el equilibrio energético de nuestro organismo.
Es conveniente que desde los primeros meses de la vida los niños adquieran un buen hábito alimentario. Debido a que compartir los alimentos constituye una actividad social y trascendente en la relación familia, ésta oportunidad debe aprovecharse para prevenir la obesidad infantil.
Es fundamental, la modificación de los hábitos alimentarios de la familia, donde los padres cumplen un papel muy importante. Estos deben implementar reglas para la alimentación, como fijar horarios para los tiempos de comida, determinar el lugar para el consumo de alimentos, indicar cuál es el comportamiento que se debe tener en la mesa, promover una masticación adecuada y marcar el tiempo disponible para el consumo de alimentos, entre otras.
Se debe tener siempre presente que una dieta equilibrada ha de ser suficiente para cubrir las exigencias del organismo, capaz de garantizar los nutrientes necesarios, y adecuada a las necesidades de cada persona.