Cuando se practica una actividad deportiva, concretamente por la mañana, es primordial respetar un tiempo de unas tres horas entre el desayuno, y el comienzo del entrenamiento, sobretodo si éste es bastante intenso. Si esta regla no se sigue, se observa una interferencia entre el esfuerzo necesario para la digestión y el que que está ligado a la actividad muscular.
Esto se traduce en una disminución del rendimiento muscular, de perturbaciones digestivas, y de anomalías cardiovasculares por culpa de la práctica deportiva.
Evidentemente, si el entrenamiento comienza a las ocho de la mañana, es difícil levantarse tres horas antes. Por consiguiente, una alternativa posible es la siguiente: fraccionar el desayuno. Entonces hay que dar prioridad a una serie de alimentos muy digestivos, y que sean fácilmente asimilables.
Lo ideal es consumir líquidos que sean absorbidos con mayor rapidez que los sólidos. Se debe evitar, en todo caso, la asociación de café y de leche, porque es indigesta; cafeína y caseína (proteína de la leche) no casan bien.
En la mañana de una competición se desaconseja cualquier tipo de innovación en materia de alimentación. Efectivamente, las pruebas alimenticias se dejan para los días previos, y no se hacen ensayos para ver si tal o cual ingrediente tiene una mayor repercusión en los rendimientos deportivos. Precisamente, no es unos minutos antes de la salida cuando uno debe darse cuenta de que está teniendo problemas de digestión.