23 de junio de 1990, partido entre Camerún y Colombia. La selección sudafricana soñaba en ese mundial de la FIFA en dar la gran campanada, y de hecho, se posicionaba como una de las selecciones favoritas en el mundial disputado en Italia.
Pero no obstante, algo se iba a oponer en su camino, de hecho, el partido pasaría a la historia pero no por el simple hecho de ganar o perder, de que una humilde Camerún campeona de la Copa África pudiera parar, que lo hizo, a la temible Colombia, no. La cosa fue por otro costado, por otros temas. Se trató de algo, que cambiaria el fútbol de forma completa, de un hecho, un gesto, que condicionaría el futuro del fútbol y la forma de entenderlo.
¿Qué pasó? Pasan los minutos, Camerún ataca sin reserva, y en un momento dado, Roger Lilla se avanza y logra marcar un gol, que adelanta a los africanos en el partido. Pero la pasión, al locura no se desata por ese gol, Roger, un verdadero ídolo en todo Camerún, y uno de los deportistas considerados como mejor futbolista de la historia de África, se va corriendo a la banda, mejor dicho, al córner, y allí, empieza a bailar con el palo del córner.
Esa celebración, que hoy día nos parece normal, fue la primera vez en que un jugador salió del estricto papel de celebraciones que hasta entonces se solía frecuentar en fútbol. Su baile, marcó un antes y un después en las celebraciones, hasta el punto de que hoy en día, muchos jugadores llevan preparadas verdaderas corografías para dedicar a sus aficionados en caso de marcar gol.
Aquel día se hizo historia, Roger hizo historia. Camerún acabó ganando el partido, Colombia no acabó ganado el mundial, y así, ese mundial dejó para la prosperidad el inicio de miles y miles de celebraciones espontaneas, de vítores.