Seamos sinceros: todos los deportistas, si tuviéramos que acudir al médico en cada ocasión que nos duele algo, jamás saldríamos de las consultas y las colas de los hospitales, tampoco pararíamos de hacernos pruebas de todo tipo y de encontrar defectos genéticos o de nuestro cuerpo a cada instante. De hecho, seguramente a la mitad de nosotros nos negarían el placer de practicar deporte, o el de bajar nuestro ritmo.
Por ello, es cierto que cada vez hay más reticencias por parte de los deportistas a acudir a los médicos, sobre todo si hablamos de un nivel amateur. Por ejemplo, cuantos meses hemos tardado en que nos “miren” era rodilla que nos dolía des de aquella carrera popular en nuestro pueblo el verano pasado.
Estas prácticas se pueden añadir a los temores de los profesionales a que no puedan disputar una prueba o un partido por recomendación del médico deportivo de la entidad, o incluso, a nuestras ganas de superarnos a nosotros mismos aún nuestra edad y condición física. Nos quedaría también, todas aquellas fobias, que no son pocas, relacionadas con los hospitales, o más concretamente con las largas colas en los hospitales para luego saber que no es nada.
Por eso, está muy extendida la práctica de la automedicación, y aunque es cierto, que en pequeñas lesiones o golpes, un poco de hielo y crema adecuada hacen milagros, también es cierto que debemos ser conscientes que nuestro cuerpo, como toda máquina que se precie, también necesita descansos y revisiones regulares.
Esto se vuelve más básico si notamos molestias en músculos, si después de darles un descanso esos dolores continúan, es mejor mirarlo, ya que es peor el remedio que la enfermedad, y por ejemplo, nos podemos encontrar posteriormente con una lesión realmente grave por no haber ido a tiempo a un especialista.
Cuando se juega con fuego, uno se suele acabar quemando.